viernes, 2 de noviembre de 2018

Reflexión sobre la eternidad

La muerte nos hace eternos, se lleva nuestro dolor y nos sitúa por encima del bien y del mal. 

En una sociedad donde todo es efímero, donde nada dura mucho tiempo, la muerte nos permite ser imborrables, indelebles, imperturbables. Nos fija en la historia y en la memoria de los demás como un fotograma. Lo que somos tras su paso, seremos para siempre. 

El amor, la amistad, los principios son traicionados y modificados cada vez más rápido. El epitafio,  el gélido mármol y los recuerdos no cambiarán mañana. 


Crudelius est, quam mori, semper timere mortem.



viernes, 1 de septiembre de 2017

Sería más fácil

Una relación puede terminar por muchos motivos. En mi caso no es porque mi expareja y yo no nos quisiéramos. El problema siempre ha sido que su familia se ha metido por medio y nos ha hecho infelices hasta aborrecernos. 

En mi casa siempre se le ha respetado y se le ha tratado como a uno más. Pese a que él no era el tipo de persona que unos padres querrían para su hija, se le ha acogido por hacerme feliz a mí y respetarme. 

Yo no puedo decir lo mismo por su parte. Desprecios y menosprecios de los suyos nos han acabado destruyendo. ¿Qué puede llevar a una persona a querer ver a su hijo o hermano infeliz? ¿No deberían alegrarse o al menos respetar su felicidad? 

Lo acojonante del caso es que ellos no me conocen, nunca han querido conocerme. No he ido a casa de mi novio ni una sola vez en cinco años y medio, no he compartido cinco minutos con esa gente. Los primeros años fueron traumáticos y sin sentido y los últimos, de fuego cruzado. Al principio, la única "comunicación" que tenía con ellos eran los regalos que les compraba por sus santos o cumpleaños y que les mandaba con él. A cambio sólo recibí desprecio.   

En todos estos años he bajado la cabeza cada vez que los suyos han pasado por mi lado sin saludarme o cuando me han atacado sin sentido. Me he resignado cuando han impedido que fuese a las bodas familiares, aunque él sí venía a las mías. He sido una apestada sin haber dado un motivo para ello. He vendido barata mi dignidad y mis esperanzas, y todo lo he hecho porque le quería. He renunciado a muchas cosas, como a tener una cermonia de boda por el simple hecho de no tener a la mitad de los invitados queriendo escupirme. No, yo no soy una mala persona y no merezco que el día de mi boda sea el día más infeliz de mi vida. Sabía que si escogía un futuro con él, debía renunciar a muchas cosas, y lo hice. Pero al final, no han servido los sacrificios. 

Pese a todo, jamás le he prohibido a mi pareja ver a su familia o le he animado a alejarse de ellos. Siempre le he respetado sus tiempos con ellos e incluso a veces le he sugerido que fuera a ver a su hermano a su casa de Alicante, que acompañara a su hermana a conciertos a los que no tenía con quien ir o llevara a su madre al médico para que no fuera sola. Yo me quedaría en casa esperándolo para no molestar, para que no tuvieran que incomodarse viéndome. Sí, una subnormal de libro, porque he sido considerada con gente que no ha tenido conmigo ni compasión. 

Nunca le he querido alejar de ellos, pero sí le he advertido que debía poner freno a las manipulaciones que le hacían en casa si quiería apostar por nuestra relación. Incluso le hicieron chantaje cuando fuimos a firmar el alquiler del piso y él me dejo plantada con la maleta. Y, cuando ha sido consciente de las manipulaciones, todavía se ha enfadado conmigo y yo he tenido que aguantar humillación + chaparrón.  Al fin y al cabo, debe ser muy duro darte cuenta de que tu familia busca hacerte infeliz, que no hace el mínimo esfuerzo por respetar tu vida. 

He soportado cosas muy duras y vergonzosas por querer a una persona, pero al final no ha servido para nada. 

Enhorabuena, pasen a recoger los cadáveres. 

viernes, 18 de agosto de 2017

El principio del final

Regreso a este blog, varios años después, no con despecho sino con dolor en el pecho. Después de cinco años y medio he terminado la relación de pareja más importante de mi vida. Es el comienzo del fin, ya que ambos tenemos claro que aquí se termina. Pero uno no deja de amar a una persona de la noche a la mañana. El amor no se programa, no tiene día de inicio ni día de finalización. 

Son otras cosas alejadas de los sentimientos las que a menudo indican que la relación tiene que terminar. En mi caso, ambos teníamos planes de futuro juntos, pero el cómo y el cuándo eran muy diferentes. Ahí se empezó a tensar una cuerda que se terminó por romper. Algo triste, porque creo que dejar una relación cuando hay muchos sentimientos por ambas partes es una de las cosas más dolorosas a las que se puede enfrentar una persona.

A estas alturas, alguno estará pensando: "pero mujer, tú lucha. Si os queréis, todo es posible". Y puede que tengáis razón. Pero, ¿hasta qué punto el amor debe ser una lucha constante? ¿No es mejor a veces sacar la bandera blanca, rendirse y saber retirarse antes de caer en pedazos?

Este blog me ha acompañado en momentos duros de mi vida y siento que debo volver aquí una vez más. Quizá no sea justo tener esto como una "casa del dolor", pero tengo dos buenos motivos para hacerlo. Primero, para poder expresarme sin censura y bajo el anonimato, y, segundo, porque me consta que algunas personas llegan aquí de rebote, leen las entradas y se sienten menos solas o incomprendidas. Por este último motivo no he cerrado el blog en todos estos años de inactividad. 

Respecto a él, llegó a mi vida de casualidad, era lo que siempre había soñado y lo tenía todo para ser mi todo. Ahora sólo es mi dolor. 



martes, 4 de junio de 2013

La última noche

Había luna llena y hacía demasiado frío para la época del año que era. Como venía siendo costumbre, el enfado hacía su aparición en el minuto uno. Quedaba una larga e incómoda velada por delante. Intentaba pegar mi cabeza a su pecho para resguardarme de la gélida noche, pero él no me dejaba. En uno de los intentos lo conseguí, aunque apenas noté calor. Ahora no podría reconocer ni una sola de las canciones del que sería nuestro último concierto, nuestra última noche, nuestro último “nuestro”.  Lo cierto es que no estaba prestando atención a la música, sólo escuchaba el ritmo de dos corazones que estaban dejando de latir.

Al terminar la actuación hablamos y las palabras se volvieron dardos –unos con más veneno que otros-. Nos fuimos tocando en cada frase hasta que terminamos hundidos. Cada vez hacía más frío, pues al de la calle se sumaba el que se iba instalando en nuestros cuerpos. Nos despedimos con un tímido abrazo y un adiós, ni nuestros ojos ni nuestros labios se buscaban ya. Sólo queríamos salir corriendo.


Luego vinieron los reproches, las palabras más hirientes que jamás me hayan dicho, las discusiones y las lágrimas. Dicen que el tiempo cura más que el sol y espero que ese tiempo me vaya devolviendo los buenos recuerdos anteriores a la última noche, ahora bloqueados por el dolor. Mientras, me aferro a cada uno de mis suspiros para poder continuar. 



lunes, 3 de junio de 2013

Algo romántico

Poner candados en los puentes era hasta hace bien poco vandalismo. De un tiempo a esta parte es algo romántico. Las parejas compran un candado, le inscriben su nombre y lo anclan a algún puente. Esto viene a simbolizar el amor eterno, la férrea unión sentimental y lo que cada uno quiera. Al respecto, sólo tengo que decir que, a veces, la línea que divide el romanticismo de la tontuna es demasiado sutil. El tema de los candados es de traca, porque ya hay ciudades que están persiguiendo tan romántica acción, ya que las barandillas o los pilares de los puentes no pueden aguantar el peso de los candados y existe peligro de derrumbe. 

El llamado romanticismo no se escapa de ser otra construcción social. Las flores, los bombones, los pétalos de rosas… cosas que deben parecernos románticas sólo porque se ha acordado así. Pero si algo caracteriza a nuestra sociedad actual es el hiperindividualismo y, aunque nos "obliguen" seguir la norma, a algunas personas no nos encaja el estándar. Así, la mayoría de las mujeres considerarán románticas estas formas tradicionales establecidas y perpetuadas en la cultura mediante películas, libros, canciones, cuadros y demás manifestaciones. Otras, en cambio, necesitamos que el romanticismo se amolde más a nuestros gustos y preferencias personales. Así que si usted, querido lector, ha llegado aquí buscando algo romántico para sorprender a su pareja, lo mejor será que examine sus aficiones y parta de ahí. Ojo, los perfiles de Facebook siempre ayudan.

A mí, personalmente me encanta la astronomía y, por tanto, una velada romántica se puede parecer mucho a una cena en la playa o en el campo para ver estrellas, constelaciones, planetas o lo que se mueva ese día por el universo. Pero claro, este es un caso concreto. Y aunque la personalización tenga sus riesgos, porque si no se acierta se puede meter la pata muy mucho, ese esfuerzo es siempre más de agradecer que el del romanticismo estándar.