miércoles, 26 de noviembre de 2008

Intercambio de deseos

Paseaba por un jardín de la ciudad de Murcia en el día en el que se conmemoraba la carta de derechos del niño y la niña. Tras toda una semana de actividades más o menos institucionales en los colegios, los críos disfrutaban de una soleada mañana de domingo rodeados de payasos, magos, globos de colores y juguetes.

En dicho jardín, varias asociaciones locales habían instalado expositores. En ellos ofrecían actividades para que los niños se pudiesen entretener. Además de los juegos, decenas de monitores intentaban inculcar una lección para que los pequeños aprendieran sin dejar de divertirse. Obviamente, cada asociación trabajaba con el tema al que se dedicaba; las ecológicas regalaban plantas a los críos y les enseñaban a cuidarlas; las que trabajan con inmigrantes exponían el problema de las pateras mediante murales que los niños debían colorear…

De vuelta al trabajo observé un expositor realmente bonito. Tras él, un panel metálico decorado con decenas de figuritas de colores. El nombre de la Asociación no me sonaba, así que me acerqué a preguntar. Me informé de que era una asociación que trabaja con niños con cáncer. En este expositor, los menores debían hacer un dibujo para pegarle un imán y poder así colocarlo en la colorida pared metálica que había tras el expositor. Como premio, escribían un deseo y lo dejaban en una cajita de plástico transparente. A la misma vez que dejaban su deseo, podían coger otro para conocer lo que más quería en el mundo el niño que pasó por allí antes.

Pero esa caja ya llegó llena de deseos, los de los niños que no pudieron salir a la calle a jugar ese día; los niños enfermos de cáncer que pertenecían a la asociación. Cuando terminaron de explicarme en qué consistía aquello, miré hacia la caja y puede ver cómo un niño acababa de dejar un deseo. Aproveché para preguntarle.

Aquel chiquillo me dijo que se llamaba Pedro y que tenía 7 años. No me quiso decir lo que había puesto en su deseo, porque le habían comentado que sino, no se cumplía. Saqué mis mejores dotes de negociadora y accedió, al menos, a mostrarme el deseo que había cogido tras dejar el suyo. Ambos leímos en aquel papel: “Mi máximo deseo es poder jugar un partido de fútbol, correr tras el balón y marcar un gol”. Pedro me miró con ojos tristes. Había entendido aquel deseo tan bien como yo.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Querido Blog...

No pienses que me he olvidado de ti. Es sólo que últimamente no tengo fuerzas ni para intentar recordar. Me siento como siempre, o incluso peor. Todo me sigue aburriendo y entusiasmando a partes iguales. Aún así, sigo luchando por ilusionarme con las pequeñas cosas e intentar vivir el día a día, porque mirar al futuro, aunque sea de refilón, me hace enloquecer.

El circo de los horrores volverá en abril y mientras, me asustan más las personas que me rodean que cualquier simulacro de vampiro de pobre estilismo que espera su sueldo a fin de mes. Cada vez son más las almas que me han olvidado y creo que, en casos concretos, quizá lo merezca. No os preocupéis, entiendo que los recuerdos y/o sentimientos son selectivos y no todos podemos tener acceso a la zona VIP.

Quiero que sepas que él tiene tus ojos, no son tan claros como los tuyos, pero sí tristes y profundos. Claro que jamás me mirará como me mirabas tú. Pero ya es tarde, siempre es tarde para mí. En todas las estaciones perdí un tren y aún así, jamás puse mi reloj en hora.

Pero estoy intentando cambiar desde el día del anunciado diagnóstico de mi hastiada melancolía. Aunque me destroce bucear en mis recuerdos y enfrentarme al espejo, pronto conseguiré que cada vez me duelan menos los puñales que se clavan en viejas heridas y que cada día que pase, sea mejor persona conmigo misma. Sólo necesito sobrevivir. Sólo sobrevivir.