jueves, 24 de abril de 2008
martes, 22 de abril de 2008
I´ve got the golden ticket
Las dependencias de la Administración pública se valen de un sistema a la hora de atender al público. Dicho sistema se basa en la recogida de un tique de una maquinita. Dicho número permitirá establecer un orden para atender a los usuarios, en función de su llegada a las dependencias públicas. Así pues, uno saca su número de la máquina y espera a que su cifra aparezca en los paneles instalados en las mesas de atención al público. El comentario no se refiere a lo novedoso del sistema. Queridos y queridas, el Pryca ya utilizaba ese método en su pescadería cuando se hacía la mili con lanza.
El caso es que, en un momento dado, alguien saca dos números. No se sabe muy bien quién empieza la cadena, pero el juego discurre así: la persona que saca dos números utiliza uno y el otro lo dona de forma altruista a alguien que tenga un número mayor. Así pues, le hace ascender unos cuantos puestos en la cola y le ahorra un tiempo indeterminado de espera. Cuando la persona que recibe el número ha terminado sus gestiones, dona su tique original a otra persona que haya llegado después y le evita otro tanto tiempo de espera. Y no sé cómo ni por qué, siempre hay un número que pasa de mano en mano a modo de favor desinteresado hacia uno de los “esperantes”.
No sabría decir qué tipo de características reúne mi persona, pero siempre soy galardonada con un tique que me hace avanzar puestos en la cola. Luego, yo tengo que regalar el mío, pues aunque no existe ninguna maldición para quien rompe la cadena, ya conocemos eso del primer principio de la termodinámica. El caso es que cuando me toca a mí premiar, me fijo siempre en dos premisas: el número de llamadas que reciben los sujetos al móvil y la posición de los cuerpos. Si una persona recibe muchas llamadas (de trabajo, entiéndase), tendrá prisa por reincorporarse a su puesto, así que merece avanzar en la cola. Si una persona adquiere posición oblicua, está realmente cansada de estar en pie y merece avanzar en la cola. Si alguien recibe muchas llamadas de trabajo al mismo tiempo que adquiere posición oblicua, será galardonado con mi tique.
A veces pienso en si la gente también creará sus propios parámetros para la cesión de su puesto. Otras veces me analizo para intentar saber por qué me lo ceden a mí. La gran mayoría de las ocasiones medito acerca de la creación espontánea de ese juego de siniestra selección bienintencionada y altruista. El resto de las veces me dedico simplemente a hacer viajes astrales. El caso es que dos horas de espera para entregar un papel, dan para pensar mucho.
El caso es que, en un momento dado, alguien saca dos números. No se sabe muy bien quién empieza la cadena, pero el juego discurre así: la persona que saca dos números utiliza uno y el otro lo dona de forma altruista a alguien que tenga un número mayor. Así pues, le hace ascender unos cuantos puestos en la cola y le ahorra un tiempo indeterminado de espera. Cuando la persona que recibe el número ha terminado sus gestiones, dona su tique original a otra persona que haya llegado después y le evita otro tanto tiempo de espera. Y no sé cómo ni por qué, siempre hay un número que pasa de mano en mano a modo de favor desinteresado hacia uno de los “esperantes”.
No sabría decir qué tipo de características reúne mi persona, pero siempre soy galardonada con un tique que me hace avanzar puestos en la cola. Luego, yo tengo que regalar el mío, pues aunque no existe ninguna maldición para quien rompe la cadena, ya conocemos eso del primer principio de la termodinámica. El caso es que cuando me toca a mí premiar, me fijo siempre en dos premisas: el número de llamadas que reciben los sujetos al móvil y la posición de los cuerpos. Si una persona recibe muchas llamadas (de trabajo, entiéndase), tendrá prisa por reincorporarse a su puesto, así que merece avanzar en la cola. Si una persona adquiere posición oblicua, está realmente cansada de estar en pie y merece avanzar en la cola. Si alguien recibe muchas llamadas de trabajo al mismo tiempo que adquiere posición oblicua, será galardonado con mi tique.
A veces pienso en si la gente también creará sus propios parámetros para la cesión de su puesto. Otras veces me analizo para intentar saber por qué me lo ceden a mí. La gran mayoría de las ocasiones medito acerca de la creación espontánea de ese juego de siniestra selección bienintencionada y altruista. El resto de las veces me dedico simplemente a hacer viajes astrales. El caso es que dos horas de espera para entregar un papel, dan para pensar mucho.
domingo, 20 de abril de 2008
¿Playa o montaña?
Siempre que me hacen esa pregunta, respondo lo mismo: yo soy pez de ciudad. Y es que, aunque a algunos les resulte extraño, hay quien se encuentra cómodo entre el asfalto y los grandes edificios. Eso no quita para que, de vez en cuando, apetezca cambiar de paisajes por eso de "desconectar", aunque todavía no sé muy bien a qué estoy enchufada. Mientras decidimos si es mejor la costa o el interior, aquí dejo una imagen de mi desconexión de fin de semana.
viernes, 18 de abril de 2008
El paciente famoso
De nuevo me dirigía a un centro comercial en busca de un regalo de cumpleaños. Detesto las grandes superficies, pero reconozco que resultan cómodas a la hora de aparcar y de tantear varias posibilidades. Noté en el corto trayecto de las escaleras mecánicas que subían del párkin, que el ambiente se encontraba algo más alborotado que de costumbre. Y una vez más, mis oídos no me engañaban. El centro comercial estaba abarrotado de gente. Divisé en el centro de las instalaciones un escenario repleto de criaturas en la edad del pavo y de compañeros de los medios de comunicación. No tenía más remedio que pasar por allí, porque la tienda en la que quería comprar el regalo se situaba en el otro extremo. Así que tomé aire y me introduje en la vorágine de pequeñas muchachas excesivamente maquilladas.
Había perdido ya la cuenta de los codazos y los empujones cuando conseguí llegar a la altura del escenario. Sobre él se situaba un cantante de los que están de moda. Me detuve unos segundos en examinar el comportamiento del muchacho. El tipo estaba en “modo sonrisa” y soportaba estoicamente las exigencias de las enfervorizadas fans. A todo esto, me dieron un empujón de esos que te hacen avanzar varios metros y dos pequeñas criaturas me acusaron de querer colarme en la fila. Había llegado el momento de huir de allí y centrarme en la tediosa tarea de realizar las compras. Aproximadamente una hora después, tuve que volver a pasar por el escenario ocasional para regresar al párkin. Y allí seguía el pobre muchacho en “modo sonrisa”, aguantando hordas de adolescentes.
Ahí me di cuenta de que yo nunca podría ser una popstar, porque sería incapaz de soportar esa situación. Me imagino en mitad de la firma de discos cogiendo el micrófono y diciendo, “¿pero es que no tenéis casa?”. Y seguro que a más de uno lo mandaba a recolectar alcachofas. Así pues la tarde me dejó dos conclusiones importantes: que los artistas de masas tienen más paciencia que el Santo Job y que, si por casualidad llegara a ser famosa algún día, tendría un anti club de fans.
Había perdido ya la cuenta de los codazos y los empujones cuando conseguí llegar a la altura del escenario. Sobre él se situaba un cantante de los que están de moda. Me detuve unos segundos en examinar el comportamiento del muchacho. El tipo estaba en “modo sonrisa” y soportaba estoicamente las exigencias de las enfervorizadas fans. A todo esto, me dieron un empujón de esos que te hacen avanzar varios metros y dos pequeñas criaturas me acusaron de querer colarme en la fila. Había llegado el momento de huir de allí y centrarme en la tediosa tarea de realizar las compras. Aproximadamente una hora después, tuve que volver a pasar por el escenario ocasional para regresar al párkin. Y allí seguía el pobre muchacho en “modo sonrisa”, aguantando hordas de adolescentes.
Ahí me di cuenta de que yo nunca podría ser una popstar, porque sería incapaz de soportar esa situación. Me imagino en mitad de la firma de discos cogiendo el micrófono y diciendo, “¿pero es que no tenéis casa?”. Y seguro que a más de uno lo mandaba a recolectar alcachofas. Así pues la tarde me dejó dos conclusiones importantes: que los artistas de masas tienen más paciencia que el Santo Job y que, si por casualidad llegara a ser famosa algún día, tendría un anti club de fans.
miércoles, 16 de abril de 2008
Negociaciones
- Buenas, quería poner mi alma en venta.
- ¿Y qué pide por ella?
- Sólo quiero mirar al futuro y no ver un abismo.
- Me temo que no podrá ser. La crisis nos está afectando.
- ¿Entonces no me la compra?
- Si al menos tuviera el alma escriturada, podríamos negociar.
- Ahm.
- ¿Y qué pide por ella?
- Sólo quiero mirar al futuro y no ver un abismo.
- Me temo que no podrá ser. La crisis nos está afectando.
- ¿Entonces no me la compra?
- Si al menos tuviera el alma escriturada, podríamos negociar.
- Ahm.
viernes, 11 de abril de 2008
Anuncios x palabras
Los primeros publicistas, que vestían toga, investigaban cómo pintar los alimentos en las fachadas de sus comercios para atraer a más compradores. Desde entonces han cambiado los medios, pero no el fin. En la actualidad los anuncios de televisión (que son esos que te quitan a medio para ponerte una película) han adquirido tanta relavancia que han pasado a formar un género audiovisual propio. Lo dramático del asunto es que han relegado a los otros formatos publicitarios a un segundo plano, especialmente al escrito. Es por eso que ahora, quien quiere vender mediante palabras, tiene que utilizar todo tipo de artimañas para llegar al cliente potencial. A continuación se exponen una serie de trucos que hacen efectivos los denominados anuncios por palabras.
1. Absolutamente todo se puede vender, pero hay que ser directo, claro y escueto con la mercancia que se pone a disposición de los clientes.
2. Es importante conocer el cliente potencial y hablarle en un lenguaje con el que se sienta familiarizado.
3. Vivimos en una sociedad visual. Resulta esencial ser consciente de la importancia de la imagen.
1. Absolutamente todo se puede vender, pero hay que ser directo, claro y escueto con la mercancia que se pone a disposición de los clientes.
2. Es importante conocer el cliente potencial y hablarle en un lenguaje con el que se sienta familiarizado.
3. Vivimos en una sociedad visual. Resulta esencial ser consciente de la importancia de la imagen.
martes, 8 de abril de 2008
La venganza de la física
Tras media hora de atasco, percibo un ligero trecho de carretera sin tráfico. Me emociono y empiezo a acelerar con la esperanza de salir lo antes posible de ese infierno. De repente, veo como la parte delantera de un coche se planta en mitad de mi carril. Frenos para qué os quiero. Detecto las letras BMW reflejadas en el enorme espejo que hay frente a la calle y que el imprudente conductor no se ha parado a mirar antes de salir. Doy mi intermitente y, aprovechando la ausencia de tráfico en sentido contrario, me decido a esquivarlo. Al mismo tiempo, el conductor del BMW se empeña en cortarme de nuevo el paso y avanza introduciéndose más en el carril. Frenos para qué os quiero (Vol. 2).
El caso es que me encuentro con medio coche en sentido contrario cuando el conductor del citado coche, un muchacho de unos 30 años que lucía un polo con cocodrilo y abusaba de la gomina, abre su ventanilla y comienza a increparme. Miro el reloj: 08.30 horas de la mañana. Demasiado temprano para tener una bronca, pienso. Así que le subo el volumen a la radio y lo dejo ensimismado con sus gritos sin fundamento. Mientras, pido a los más altos altares que no venga ningún coche en la dirección que mi coche estaba invadiendo en ese momento. Avanza la fila y consigo reincorporarme y respirar. El engominado me mira a través del retrovisor y, mediante gestos de prepotencia, me hace entrever que se ha salido con la suya y yo me he quedado detrás.
Pero, oh sorpresa, pasa una moto, adelantando a toda la fila de coches por la izquierda. El motorista, por qué no decirlo, un guarro de los que hacen apología, gira su cabeza a la derecha y escupe. Entonces actúan las leyes de la física: velocidad, fuerza y gravedad. Si a eso le sumamos las variables de: situación del BMW y ventanilla abierta para gritar… podéis despejar vosotros mismos la ecuación.
El caso es que me encuentro con medio coche en sentido contrario cuando el conductor del citado coche, un muchacho de unos 30 años que lucía un polo con cocodrilo y abusaba de la gomina, abre su ventanilla y comienza a increparme. Miro el reloj: 08.30 horas de la mañana. Demasiado temprano para tener una bronca, pienso. Así que le subo el volumen a la radio y lo dejo ensimismado con sus gritos sin fundamento. Mientras, pido a los más altos altares que no venga ningún coche en la dirección que mi coche estaba invadiendo en ese momento. Avanza la fila y consigo reincorporarme y respirar. El engominado me mira a través del retrovisor y, mediante gestos de prepotencia, me hace entrever que se ha salido con la suya y yo me he quedado detrás.
Pero, oh sorpresa, pasa una moto, adelantando a toda la fila de coches por la izquierda. El motorista, por qué no decirlo, un guarro de los que hacen apología, gira su cabeza a la derecha y escupe. Entonces actúan las leyes de la física: velocidad, fuerza y gravedad. Si a eso le sumamos las variables de: situación del BMW y ventanilla abierta para gritar… podéis despejar vosotros mismos la ecuación.
lunes, 7 de abril de 2008
Aun a riesgo de ser grosera
Soy consciente de que voy a crear una entrada que puede valerme más de un enemigo. Es más, no me extrañaría que alguien me retirara el saludo y los que conocen mi aspecto, me escupieran al cruzarnos por la calle. Aún así creo que me expondré gratuitamente al escarnio público, porque realmente necesito escribir sobre esto.
Me encontraba cenando con una querida amiga cuando salió el tema. Mi interlocutora me decía que cuando uno se enamora, es capaz de realizar cosas que se escapan a la razón. Añadía que lo peor que se puede hacer en esta vida es criticar al vecino, porque mañana te puedes ver tú en el mismo lugar y a la sinrazón, habría que unir la vergüenza de la hipocresía. Me querida acompañante me ponía un ejemplo. Ella aún no se explica cómo fue capaz de caer en “eso” en “aquella circunstancia”, cuando jamás en la vida imaginó que sería capaz de hacer algo así. Y antes de que yo abriera la boca, censuró mis comentarios al respecto, recordándome qué pasaría si mañana me tocara a mí. Lo acojonante del tema es que justo al día siguiente me tocó a mí, pero yo no caí en “eso” en “aquella circunstancia”. No es que me considere un ser de piedra por haberlo evitado, quizás simplemente no era mi destino.
Sería hipócrita afirmar que a mí nunca me ha pasado algo parecido y sería necio no reconocer que las cosas se ven distintas desde dentro y desde fuera. Aún así, a veces me deja de piedra la gente que ha saboreado durante años una amarga hiel, que hasta ha provocado heridas en su boca, y sigue volviendo a por más. Reconozco que el enamorado se enajena y pierde la visión de la realidad, pero queridas y queridos todo ser humano por bondadoso y comprensivo que sea, debe tener un límite que yo duramente asociaría al concepto de dignidad.
Cuando critiqué y me ocurrió lo mismo, aprendí primero a no criticar y segundo, a no caer en lo mismo. Y, aunque harta estoy de escuchar eso de “cuántas cosas te pierdes por ser tan racional”, la mayoría de las veces me alegro de no consentir que alguien juegue a la ruleta rusa con mi corazón. A día de hoy, mi experiencia me dice que esta actitud tiene más beneficios que desventajas.
Puede que mañana tenga que sustituir esta entrada por unas humildes disculpas, ya que en ningún momento niego que uno se pueda ver involucrado en su propia crítica. Pero a día de hoy, me produce úlcera ver a algunos de mis queridos semejantes llorar porque todos los días sale el sol por Antequera.
Me encontraba cenando con una querida amiga cuando salió el tema. Mi interlocutora me decía que cuando uno se enamora, es capaz de realizar cosas que se escapan a la razón. Añadía que lo peor que se puede hacer en esta vida es criticar al vecino, porque mañana te puedes ver tú en el mismo lugar y a la sinrazón, habría que unir la vergüenza de la hipocresía. Me querida acompañante me ponía un ejemplo. Ella aún no se explica cómo fue capaz de caer en “eso” en “aquella circunstancia”, cuando jamás en la vida imaginó que sería capaz de hacer algo así. Y antes de que yo abriera la boca, censuró mis comentarios al respecto, recordándome qué pasaría si mañana me tocara a mí. Lo acojonante del tema es que justo al día siguiente me tocó a mí, pero yo no caí en “eso” en “aquella circunstancia”. No es que me considere un ser de piedra por haberlo evitado, quizás simplemente no era mi destino.
Sería hipócrita afirmar que a mí nunca me ha pasado algo parecido y sería necio no reconocer que las cosas se ven distintas desde dentro y desde fuera. Aún así, a veces me deja de piedra la gente que ha saboreado durante años una amarga hiel, que hasta ha provocado heridas en su boca, y sigue volviendo a por más. Reconozco que el enamorado se enajena y pierde la visión de la realidad, pero queridas y queridos todo ser humano por bondadoso y comprensivo que sea, debe tener un límite que yo duramente asociaría al concepto de dignidad.
Cuando critiqué y me ocurrió lo mismo, aprendí primero a no criticar y segundo, a no caer en lo mismo. Y, aunque harta estoy de escuchar eso de “cuántas cosas te pierdes por ser tan racional”, la mayoría de las veces me alegro de no consentir que alguien juegue a la ruleta rusa con mi corazón. A día de hoy, mi experiencia me dice que esta actitud tiene más beneficios que desventajas.
Puede que mañana tenga que sustituir esta entrada por unas humildes disculpas, ya que en ningún momento niego que uno se pueda ver involucrado en su propia crítica. Pero a día de hoy, me produce úlcera ver a algunos de mis queridos semejantes llorar porque todos los días sale el sol por Antequera.
domingo, 6 de abril de 2008
Y no me lo merezco
Tengo que agradecer de corazón los dos premios con los que este humilde blog ha sido galardonado en los últimos días. Las señoritas Mohikana y Alelo han tenido a bien seleccionarme como destinataria de estas distinciones. Repito, y lo haré las veces que haga falta, que no los merezco. Aún así reconozco que se me pone sonrisa de monalisa cuando alguien se acuerda de mí. Y es que más que el premio, yo agradezco ese estar presente en los demás. Gracias, gracias, gracias. Como dictan los cánones, debería nombrar a los dignos sucesores de estos premios. Reitero mis disculpas, pero soy incapaz de seleccionar. Todas las personillas que están enlazadas en la parte derecha de este blog los merecen. Quizá sea injusto no repartirlos, pero cada blog que visito con frecuencia es diferente al anterior, cada uno tiene su esencia y personalidad y, por supuesto, todos lo merecen. Así que como sé que Alelo y Mohikana no se van a enfadar, os los entrego a todos y a ninguno. Que conste que esta entrada es una pura expresión de agradecimiento para estas dos muchachas que, aún estando tan lejos, me sienten tan cerca. Muchas gracias, bonicas :)
El premio de Mohikana
viernes, 4 de abril de 2008
Cadenas maniáticas
La señorita Mohikana me propuso en su blog para que siguiera una cadena. La historia consiste en relatar cinco manías personales y proponer a otros cinco bloggers para que hagan lo mismo: exponer sus manías confesables y nombrar a otros cinco blogs para continuar la cadena. A mí lo de seleccionar un número limitado de personas es que sigue sin gustarme, así que invito a todo el que lea esto a hacer lo propio en su blog. También podéis hacerlo en los comentarios de la entrada, en el caso de que no tengáis blog o no os apetezca hacer una entrada similar. Perdóname que sea tan díscola Mohikana, pero siempre he creído en el poder de la selección natural. Bueno, ahí van cinco de mis manías que, reconozco, me ha costado seleccionar.
1. Evito siempre pasar entre dos palos, columnas, postes o similares. En ocasiones tengo que bordear plazas enteras para conseguirlo.
2. No puedo ver las puertas abiertas, sobre todo las de los armarios. En cuanto llego a mi casa, voy cerrando puertas como una posesa.
3. Soy muy maniática para combinar colores en la ropa. No es que la gama de colores de mi vestimenta sea muy amplia, pero hay colores que no pueden ir juntos ni por accidente.
4. Guardo un número desorbitado de veces los documentos del ordenador, sobre todo en el trabajo.
5. No puedo cerrar un libro a medio leer un capítulo. O lo termino o no lo empiezo, pero jamás lo dejo a medio.
1. Evito siempre pasar entre dos palos, columnas, postes o similares. En ocasiones tengo que bordear plazas enteras para conseguirlo.
2. No puedo ver las puertas abiertas, sobre todo las de los armarios. En cuanto llego a mi casa, voy cerrando puertas como una posesa.
3. Soy muy maniática para combinar colores en la ropa. No es que la gama de colores de mi vestimenta sea muy amplia, pero hay colores que no pueden ir juntos ni por accidente.
4. Guardo un número desorbitado de veces los documentos del ordenador, sobre todo en el trabajo.
5. No puedo cerrar un libro a medio leer un capítulo. O lo termino o no lo empiezo, pero jamás lo dejo a medio.
jueves, 3 de abril de 2008
Expediente Kodac
La vida posee toda una serie de inexplicables misterios. Conforme transcurría la tarde, me venía dando cuenta de uno de ellos. Y es que, amigos, todos o casi todos somos poseedores de las mismas fotos. Es como si existiera una siniestra mano ubicua que clona nuestros fotogramas.
Todos tenemos la típica foto de cuando éramos bebes. En ella salimos desnudos: boca arriba los niños y boca abajo las niñas por lo general. Permanecemos, en la mayoría de los casos, tendidos sobre una cama o sofá, en su defecto. En esta instantánea salimos con los ojos muy abiertos y si se tercia, arrugando las sábanas con nuestras pequeñas manitas.
Otro clon se encuentra en las fotos de la comunión. Absolutamente todos tenemos esa foto en la que salimos con las palmas de las manos juntas, entre las que sostenemos un Rosario, una Biblia o similar. Y miramos como para algún lado como si el mismísimo Dios estuviera presente en el posado.
También está la foto de navidad, vestidos de figuras belenísticas en el cole. La verdad es que yo siempre quise ser la Virgen, pero nunca me ascendieron de pastorcilla, qué cruel ahora que lo pienso. También existe su variación de foto del baile fin de curso.
Si consigues completar algún ciclo académico: foto con beca, toga y en el peor de los casos, con birrete incluido. Aquí solemos tener cara de “porque yo lo valgo”.
Luego crecemos e irremediablemente sentimos la necesidad de darle la vuelta a la cámara y autofotografiar nuestro rostro. Y cuando comenzamos a viajar, surge la foto monumento, ya que todo el mundo tiene una instantánea frente a la catedral o el edificio emblemático de turno.
Y yo me pregunto, ¿por qué la SGAE no hace nada para remediarlo?
Todos tenemos la típica foto de cuando éramos bebes. En ella salimos desnudos: boca arriba los niños y boca abajo las niñas por lo general. Permanecemos, en la mayoría de los casos, tendidos sobre una cama o sofá, en su defecto. En esta instantánea salimos con los ojos muy abiertos y si se tercia, arrugando las sábanas con nuestras pequeñas manitas.
Otro clon se encuentra en las fotos de la comunión. Absolutamente todos tenemos esa foto en la que salimos con las palmas de las manos juntas, entre las que sostenemos un Rosario, una Biblia o similar. Y miramos como para algún lado como si el mismísimo Dios estuviera presente en el posado.
También está la foto de navidad, vestidos de figuras belenísticas en el cole. La verdad es que yo siempre quise ser la Virgen, pero nunca me ascendieron de pastorcilla, qué cruel ahora que lo pienso. También existe su variación de foto del baile fin de curso.
Si consigues completar algún ciclo académico: foto con beca, toga y en el peor de los casos, con birrete incluido. Aquí solemos tener cara de “porque yo lo valgo”.
Luego crecemos e irremediablemente sentimos la necesidad de darle la vuelta a la cámara y autofotografiar nuestro rostro. Y cuando comenzamos a viajar, surge la foto monumento, ya que todo el mundo tiene una instantánea frente a la catedral o el edificio emblemático de turno.
Y yo me pregunto, ¿por qué la SGAE no hace nada para remediarlo?
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